¡Feliz 10 de mayo a todas las mamás viajeras!
Porque donde tú digas, Mot Mot lo hace realidad
¡Ajá! Hoy es uno de esos días que brillan más que el sol de la Riviera Maya: ¡el Día de las Madres! Y como buen Mot Mot, guardián de aventuras y sabiduría ancestral, vengo a recordarte que no hay viaje más importante que el que una mamá vive cuando se atreve a soñar, explorar y dejarse consentir.
Este 10 de mayo, celebremos a las reinas del hogar como se merecen: con experiencias que no se olvidan. Ya sea que prefiera relajarse en un spa entre aromas mayas y temazcal, flotar en un cenote sagrado, contemplar la bioluminiscencia en Holbox o gozar del lujo en un yate por Cozumel… ¡Mamita manda, y Mot Mot organiza!
¿Y tú qué tipo de mamá tienes o eres?
¿La que dice “yo solo quiero descansar”?: Spa, masajes o temazcales.
¿La que quiere aventura?: Cuatrimotos en la selva, tirolesas upside down y paseo en camellos a la orilla de la playa.
¿La cultural y mística?: Tour por Chichén Itzá, noche ceremonial Maya y visita a Izamal
¿La que ama el mar?: Snorkel, pesca deportiva en las aguas turquesa de la Riviera Maya nado con delfines, paseo en catamarán al atardecer.
¿La mamá foodie?: Ruta gastronómica y visita a restaurantes emblemáticos como Aldea Corazón, Primo o Aluxe, donde se sirve lo mejor de la cocina tradicional y contemporánea de la península. (picante delicioso sin acidez, palabra de Mot Mot)
¿La que quiere de todo un poco?: ¡Arma el tour a su medida! Que aquí todo se puede.
Mot Mot te cuenta:
El hilo lunar de las madres — La leyenda de Ixchel
Escucha con atención, viajero o viajera del corazón… porque esta historia la escuché entre murmullos de fuego y susurros de ceiba. La cuentan las abuelas mayas cuando la luna está llena, y el viento sopla desde el oriente, como si viniera desde lo más profundo del tiempo.
Ixchel, diosa lunar y madre de todas las mujeres, tejía el destino del mundo desde lo alto de una montaña sagrada. Tenía el poder del agua, de la medicina, de la fertilidad y de los hilos invisibles que unen la vida con los sueños. En su telar de nubes y estrellas, bordaba los anhelos de cada mujer con hilos de luna y polvo de cenote.
Cuando una madre lloraba, Ixchel tejía más fuerte. Cuando una madre reía, su hilo brillaba más.
Era ella quien soplaba las primeras palabras a los recién nacidos y quien cuidaba en silencio a las que daban vida. No se le rezaba con palabras, sino con actos: un abrazo, un alimento compartido, un baño de vapor para el alma en el temazcal.
En ciertas comunidades mayas de Yucatán y Quintana Roo, aún se celebra el “Ritual de la Madre Luna” durante las noches más claras de mayo. Las mujeres mayores colocan ofrendas: flores blancas, semillas, miel, copal y pedacitos de chocolate. Arman círculos de oración en patios de tierra, y mientras arde el fuego, sus voces invocan a Ixchel para que proteja a las madres de la comunidad. Dicen que si una mariposa nocturna pasa volando durante el canto, es señal de que Ixchel ha aceptado la ofrenda.
Una vez, en un pueblo entre Bacalar y Felipe Carrillo Puerto, una madre joven pidió ver a su hija que se había ido lejos. Esa noche, soñó que un ave azul con antifaz —sí, uno de los míos— la llevaba volando hasta una playa de arena dorada, donde su hija la abrazaba bajo la luna. Al despertar, la madre recibió una carta de su hija que decía:
“Soñé contigo anoche, mamá. Estabas en la playa, como cuando yo era niña.”
¿Coincidencia? No lo creo.
Porque donde hay amor de madre, Ixchel nunca está lejos. Y cada vez que una mamá se sienta frente al mar, que se sumerge en un cenote, que se deja consentir con flores y calor de fuego, la diosa la ve… y le recuerda que ella también es sagrada.
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